Qué sabes de cordillera

Me dices que te gustan los cerros, pero tus cerros no son más que una pequeña colina. Te quejas de tener que pasar a través de los cerros de Santiago, pero nunca has tenido que cruzar un cerro de la cordillera. Yo no me quejo y en realidad no sé si podría, estos cerros son mi vida, nacio y criao acá. Y aunque tengo el campo en mis venas y mi casa en sus faldas, me temo que estoy muy viejo para eso. Me alejé, es cierto. Quise buscar suerte por mi cuenta a la ciudad, pero olvidé mis raíces. Olvidé todos los privilegios que tenía en mi antigua casa y cuando por fin volví para encontrarme con mi madre, ella me recibió con los brazos abiertos. Pero en cuanto quise llevármela conmigo, a la ciudad, me echó. Alegando que si la sacaba de ahí era como si la estuviera matando de a poco.

—Pero qué exagerada —pensé mientras miraba hacia atrás antes de irme de lo que antes llamaba a hogar.


Nunca más vi a mi madre, ni siquiera para conocer a su nuera o nieto. Me arrepiento tanto de no haberla ido a buscar, ella no sabía nada sobre mí, no podía contactarme y yo en mi arrogancia no fui a buscarla. Ahora me doy cuenta, hijo mío. No quiero que sigas mis pasos. No soy muy bueno escribiendo, eso ya debes de saberlo, pero quería que supieras que te amo y aunque tu madre no quiera verme no significa que nosotros no podamos. Probablemente me dirás que por qué no te escribí un mensaje, bueno, eso puedes borrarlo e ignorarlo fácilmente, en cambio una carta es más importante. 

Lo siento, hijo. Me distraje de nuevo. La jubilación no es para mí, necesito hacer algo y es por eso que quería hablarte. Mi madre falleció. Sé que casi nunca te hablé de ella, pero fue una gran mujer. Terca como ella sola, hizo de su casa su tumba. A las faldas del cerro quiso descansar y es que yo estoy comenzado a pensar en hacer lo mismo. No te preocupes, aún no me llega la hora. Es solo que estoy comenzando a comprender por qué se quedó y es que a pesar de todo soy su sangre y tú la mía. 

No te pido que me acompañes —en realidad me encantaría—, solo te pido que medites en ir a visitarme. Es muy lindo acá, se logra ver el cielo. Me atrevería a decir que no has visto cielo igual, ni cerros tan grandes y majestuosos, ni un sol tan cálido. Si vienes, deberías venir cuando estés triste. Cuando creas que ya no puedes más, el cerro te ayudará. Aquí te darás cuenta de que los problemas son insignificantes, mirando al cielo te darás cuenta de que nada más importa que tu bienestar.


Y quién sabe, tal vez a las faldas del cerro, padre e hijo se reconcilien de nuevo.


Te extraño, hijo. Ven a verme.









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